Chucarita
Antigua, sin alcurnia,
ausentes estaban de vos plata o alpaca.
Fuiste el regalo más bello de la boda,
como al descuido, sin cartel, dedicatoria,
la entrega de alguien que dice “no es mía. Es poco,
lo que tengo, me desprendo de ella como augurio que calla”,
un susurro estruendoso de amor.
Te atesoramos desde aquel tiempo
del qué sé yo conyugal: unión,
convivencia, alimento, silencio
y sexo: lo cóncavo, lo erecto.
Fuiste madera, rústica,
para abatir pobreza, de la escasez
raspar el fondo de la olla,
con el mango golpear la cacerola, multiplicar la voz
como ese manto que amansa los quejidos.
Las plásticas fueron y vinieron,
para quebrarlas, hacer pilas,
esquemas de esculturas, unirlas
con rezagos de caramelo o miel.
Placer da saborearte, el ponerte la lengua en
esa blandura curva disfrazada de dulce de damascos,
empuñarte como una espada roma y
gritar ¡en guardia! para batirme a duelo sin peligro de muerte,
sólo por asomarme de un bocado al peligro.
Avión que carga flan, sopa de ojitos de perdiz, papilla,
sostenidos por esa cola de delfín, o algo así,
que sube y baja, planeando hasta que convence
al hangar desdentado de cobijar un beso con la boca entreabierta.
Sos palma suave, redonda,
cavidad que contiene, comprensiva;
acto de ponerse a escuchar los secretos del mundo,
o el hueco de la oreja que conduce al oído.
Puente para hacer equilibrio en ratos de abundancia,
evitar la caída cuando tu desnudez es cruel.
Catapulta, martillo, herramienta de escritura sobre madera balsa,
la corteza del árbol de ese parque, en la arena o el barro,
cucharín de albañil que carga, alisa, y palpa de espaldas
la humedad para ahuecar la mezcla y que se haga adorno,
abrigo del musgo que apunta: ¡allá está el Sur!
Mástil de naufragio que indica al rescatista,
por dónde comenzar tras el desastre.
La cruz del asta horizontal perdida,
el cuerpo del Nazareno, su cabeza inclinada,
las manos sujetas a la espalda, clavadas a traición,
los pies juntos, atravesados de miedo y de pecado.
De tus huesos comimos cuando ya no hubo sangre ni pan multiplicado,
boca con la que bebimos
el agua del Jordán y aplacamos la sed.
Obrera que carga, científica que mide y mide,
artista que mezcla aromas y colores,
médico que dosifica: cada doce, ocho, cada diez.
Auxiliar de mago, payaso que lleva zigzagueante
un huevo a la carrera por la pista del circo,
y es música, aunque Chaplin esté en silencio negro y blanco.
Batidora lunfarda;
juego de casa de muñecas,
del pañuelo como una cofia azul,
el pie en punta, a zancadas en un baile embolsado,
o contoneando caderas al arrastrar el paso.
Me pregunté si boca arriba, con tu perfume oval como un ombligo,
el curvilíneo retorno de tu augurio me llenaría el alma de rocío,
de guiso de lentejas caldudo1, caliente. Para limpiarte sin pudor el costado,
la hondura con miga de pan casero, y abandonarte
en la boca como termómetro de sabores queridos.
Te veo llamador, perforada la cola
y la cabeza puesta a repicar una vieja sartén ennegrecida, colgadas ambas
de un poste, dispuestas al pregón del encuentro.
Si hubiera nieve mañana en la puerta de casa,
diseñaría una nave con tu forma, te treparía
para escapar al frío, o al sol.
Las manos a ambos lados de ese medio tazón,
las piernas estiradas, horizontales sobre el zapato breve.
Este texto fue escrito durante el II Mundial de Escritura, realizado en junio de 2021. *El autor integró el grupo “Buscadores en lo Huyente”. El texto fue elegido para representarnos en la primera ronda, por los propios Buscadores, quienes tuvieron activa participación en la edición (¡Gracias Josefina, Miguel, Cecilia, Doris, Graciela, Griselda, Lorena, Marcela, Marita, Rosa, Yazmin!).
La imagen utilizada es de Michaela at home, in Germany en Pixabay
-
jugoso. ↩︎